FRAGMENTO DEL ÁNGELUS DE BENEDICTO XVI EN 2007, HABLANDO DE LA TRANSFIGURACIÓN
La montaña – el Tabor como el Sinaí - es el lugar de cercanía con Dios. Es el espacio elevado respecto a la existencia cotidiana, donde respirar el aire puro de la creación. Y el lugar de la oración, donde estar en la presencia del Señor como Moisés y como Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablando con él, del “éxodo” que le espera en Jerusalén, es decir de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando a Jesús se sumerge en Dios, se unen íntimamente a Él, adheridos con la propia voluntad humana a la voluntad de amor Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: Él es Dios, Luz de Luz. Incluso la túnica de Jesús se vuelve blanca y deslumbrante. Esto me hace pensar en el Bautismo, la vestidura blanca que portaban los neófitos. Renace en el bautismo, viene revestido de luz anticipando la existencia celeste, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las túnicas blancas (cf. Ap 7,9.13). Aquí está el momento crucial: la transfiguración es la anticipación de la resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús manifiesta a los Apóstoles su gloria, para que tengan la fuerza de afrontar el escándalo de la cruz, y comprendan qué es lo que ocurre a través de las muchas tribulaciones para alcanzar el Reino de Dios. La voz del Padre, que resuena de lo alto proclama a Jesús su Hijo predilecto como en el Bautismo en el Jordán, y añade: “Escuchadle” (Mt 17,5). Para entrar en la vida eterna debemos escuchar a Jesús, seguir el camino de la cruz, portando en el corazón, como Él la esperanza de la resurrección. “Spe salvi” salvados en la esperanza. Hoy podemos decir: “Trasfiguración en la esperanza”.
ORACIÓN LITÚRGICA
Oh Dios, que en la gloriosa transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos,que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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