DE LA CARTA DEL PAPA BENEDICTO XVI SOBRE EL CULTO AL CORAZÓN DE JESÚS
Vivir y testimoniar el amor experimentado
Quien acepta el amor de Dios interiormente queda plasmado por él. El amor de Dios experimentado es vivido por el hombre como una «llamada» a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor, que «El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17), nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a la necesidad de los demás. La contemplación en la adoración del costado traspasado de la lanza nos sensibiliza ante la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de confiar en su amor salvífico y misericordioso y al mismo tiempo nos refuerza en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos. Los dones recibidos del costado abierto, del que han salido «sangre y agua» (Cf. Juan 19, 34), hacen que nuestra vida se convierta también para los demás en manantial del que manan «ríos de agua viva» (Juan 7, 38) (Cf. encíclica «Deus caritas est», 7). La experiencia del amor surgida del culto del costado traspasado del Redentor nos tutela ante el riesgo de replegarnos en nosotros mismos y nos hace más disponibles a una vida para los demás. «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Juan 3, 16) (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 38).
La respuesta al mandamiento del amor se hace posible sólo con la experiencia que este amor ya nos ha sido dado antes por Dios (Cf. encíclica «Deus caritas est», 14). El culto del amor que se hace visible en el misterio de la Cruz, representado en toda celebración eucarística, constituye por tanto el fundamento para que podamos convertirnos en personas capaces de amar y entregarse (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 69), convirtiéndonos en instrumentos en las manos de Cristo: sólo así podemos ser heraldos creíbles de su amor. Esta apertura a la voluntad de Dios, sin embargo, debe renovarse en todo momento: «El amor nunca se da por "concluido" y completado» (Cf. encíclica «Deus caritas est», 17). La contemplación del «costado traspasado por la lanza», en la que resplandece el voluntad sin confines de salvación por parte de Dios, no puede ser considerada por tanto como una forma pasajera de culto o de devoción: la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del «corazón traspasado» su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 62).
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