miércoles, 23 de julio de 2008

ARTÍCULO DEL DIARIO "LA OPINIÓN DE A CORUÑA": LA LLAMADA INTERNACIONAL DE DIOS





Texto: Doda Vázquez 
Fotos: Fran Martínez
La dispersión poblacional, las diferencias de carácter con los feligreses de sus países y el desconocimiento del gallego son los principales problemas a los que se enfrentan los sacerdotes llegados de otros países para atender las iglesias del rural gallego.
Una viña devastada”. Así se refería el papa Benedicto XVI a la falta de vocaciones que sufre Occidente en los últimos tiempos. Donde antes había excedente de sacerdotes que llevaban la palabra de Dios por todo el mundo, ahora hay carestía de párrocos. Algunos proponen abandonar el celibato o comenzar la ordenación de mujeres sacerdotes como soluciones para tratar de paliar la sequía. Pero, de momento, la solución más rápida y sencilla es importar los curas de donde los hay en abundancia: el Tercer Mundo. 
El problema es especialmente grave en el rural, en donde la dispersión de los habitantes hace que haya muchas parroquias para pequeños núcleos de población. Del Arzobispado de Santiago de Compostela dependen actualmente 1.068 parroquias, de las cuales la gran mayoría (874) son rurales. 
La falta de nuevas vocaciones obliga a las autoridades eclesiásticas a recurrir a fichajes extranjeros si quieren tener atendidos a todos los feligreses que viven repartidos en las aldeas. Como suele suceder en el fútbol, también se recurre a África y Suramérica como cantera. Desiré Koaukou Tanoh, procedente de Costa de Marfil y párroco en Zas; y Carlos Julio Cárdenas Torres, de Colombia y cura en Mesón do Vento son dos ejemplos de la nueva inmigración llegada al sacerdocio. 
Como les sucede a sus compañeros gallegos, ambos tienen que desplazarse habitualmente de una parroquia a otra. Desiré Koaukou lleva cinco y Carlos Juio Cárdenas, cuatro, lo que hace que tengan que pasar más tiempo dentro del coche que en el confesionario. 
El domingo es el día con más trabajo. Hay misas a las diez, las once, las doce y la una. Y, cada una, en una iglesia distinta, lo que les obliga a terminar la eucaristía y salir corriendo hacia la siguiente cita sin tener apenas tiempo para charlar con los que han asistido a misa y conocer cuáles son sus preocupaciones o sus alegrías.
Las diferencias con los feligreses de sus lugares de origen son bastante grandes, sobre todo, a la hora de vivir la fe y de comportarse dentro de la iglesia. Tanto el padre Desiré como el padre Carlos Julio coinciden en que en África y en Colombia la gente es mucho más expresiva y también más cálida. Además, son mucho más participativos en los ritos, en los que cantar y bailar, especialmente en el continente negro, es algo que está a la orden del día. 
A los dos les costó hacerse con la parroquia pero también coinciden en que, una vez que han vencido la desconfianza típica de los gallegos, es para siempre. 
El idioma es otro de los problemas a los que se enfrentan. Por razones obvias, no pueden dar la misa en gallego, así que los textos se leen siempre en castellano, con la única excepción de las canciones. A fuerza de empeñarse, el cura africano consigue sumarse al estribillo. El colombiano asegura que cada vez tiene menos problemas para entenderlo aunque aún no consigue hablarlo. 
El padre Desiré atiende cinco parroquias en Zas. La última misa del domingo coincide en esta ocasión en Muíño, con una iglesia casi llena a pesar de que la noche anterior ha habido una boda y la mitad de los que habitualmente ocupan un sitio en los bancos todavía descansando de la fiesta. 
El resto de los feligreses sigue con máxima atención el sermón del día, destinado a recalcar la humildad con la que se debe afrontar la fe cristiana. 
El sacerdote africano no se limita a dar la homilía, sino que también la vive, acompañándola con gestos, con pausas dramáticas y con una sonrisa enorme que casi ilumina la iglesia. 
No todos están contentos con su labor. Algunos consideran que estaría bien como “sustituto” pero no para llevar la parroquia de forma habitual. La mayoría apoya la versión de Jesús, el sacristán: “Es el mejor de todo el contorno”, afirma rotundo. 
“Vive mucho la fe y la transmite”, explica María José, una de las feligresas de la primera fila. De hecho, hace unos meses estuvo a punto de cambiar de destino pero los parroquianos le pidieron que no se fuese. “Firmaron más de 250”, recuerda el sacristán orgulloso. Y aquí sigue. Al menos, de momento. 
El padre Carlos Julio es de la zona de Cundinamarca y lleva dos años en Galicia. Atiende cuatro iglesias —Buscás, Ardemil, Mesón do Vento y Leira— lo que hace que se pase medio domingo en su Seat Toledo para oficiar a las diez, las once, las doce y la una en las diferentes parroquias. Llega a la de las once con apenas el tiempo justo para vestirse y con dos pasajeras que se apuntan a una misa más. 
Carlos Julio Cárdenas reconoce que “al principio” le fue duro hacerse con las parroquias de la zona pero insiste en que ya “no hay dificultad”. Lo más complicado ahora es poder cuadrar la agenda, que tiene “repleta hasta fin de año”. 
“Lo que más me costó es la frialdad de la gente —recuerda— porque se quedaban con las manos cruzadas, pero ahora ya se animan, ya leen y cantan; la gente quiere los sacramentos en 15 minutos y yo, si celebro una eucaristía como se debe celebrar, no puedo hacerlo en menos de 40”.
De su Colombia natal echa de menos a la familia, sobre todo a su madre, a quien va a volver a ver en el mes de septiembre, cuando regrese por unos días a su país. Entre sus amigos, además de los que ha hecho en la parroquia, cuenta con varios sacerdotes colombianos, compañeros de diócesis, que viven en Madrid pero que vienen a verle cada vez que pueden. 
Tiene “muchos proyectos” para todas las parroquias de las que se encarga aunque prefiere “ir despacio”. “Entre la comunidad hay muchas diferencias y primero quiero que haya comunión; luego haremos cosas”, explica.
Desiré Koaukou es más arriesgado en sus planteamientos. Cuando sus feligreses menos se lo esperan, en plena misa, les pregunta qué significa lo que repiten cada domingo durante la consagración sin pararse a pensar. “Siempre nos pide la lección”, aclara una de las vecinas. También les exige que, cuando se den la paz, lo hagan de veras, demostrando cariño, algo que ponen en práctica abrazando a la madre del párroco, que acaba de llegar de Costa de Marfil para pasar unos días con su hijo. La misa termina con los recordatorios de bodas y novenas y con las cuentas: el saldo de junio es de 134 euros. 
Vestido ya de paisano, el párroco sale de la sacristía con sus gafas de Dolce y Gabanna, unas modernas deportivas y una colorista camisa de rayas. Tiene 35 años, lo que le incluye en ese pequeño grupo de sacerdotes 
—sólo son 58, según los datos del Arzobispado de Santiago— que aún no han cumplido los 40. 
A diferencia de la mayoría de los sacerdotes gallegos, el cristianismo no viene de antiguo en el árbol genealógico del padre Desiré, procedente de una buena familia —su padre era político— de Costa de Marfil. Sus abuelos eran animistas aunque su madre sí es cristiana. “No sé cómo decidí ser cura —recuerda—, son gestos, símbolos... que te atrapan”.
Se ordenó como sacerdote carmelita —el primero de esta orden en su país— en Costa de Marfil y, tras un tiempo en África, fue destinado a Galicia. Su aterrizaje en la zona fue obligado. Llegó para sustituir al anterior párroco, que falleció, lo mismo que sucedió en Mesón do Vento. El padre Desiré está encantado con sus parroquias aunque reconoce que su llegada a Zas, hace ya dos años, fue “un poco difícil” porque le recibieron “a la defensiva”. 
“Al principio, a la gente le cuesta —admite— porque es muy reservada pero, cuando por fin entra, entra totalmente”. 
Los fieles son muy distintos a los que se encontraba en su país. “En Costa de Marfil —explica— no hay un cristianismo sociológico, de tradición... el que es cristiano lo es de verdad y no tiene que ir a ningún sitio por obligación, es algo que sale del corazón”. Por eso no considera indispensable que visiten el templo cada domingo. “Si van a venir de mal humor, es mejor que no vengan —comenta—, que se queden en la cama durmiendo, no que hagan las cosas por costumbre”.
La intención del padre Desiré es regresar algún día a África para hacer algo por sus paisanos. El año pasado cursó un máster en Cooperación Internacional y ha puesto en marcha un proyecto de desarrollo en Costa de Marfil. “Tenemos allí un terreno y quiero echar una mano porque veo que la juventud no tiene perspectivas de futuro—explica—. Queremos hacer una casa de acogida para peregrinos en Yamoussoukro, al lado de una basílica que es igual que el Vaticano, para que los chicos puedan trabajar en algo”.
Problemas de relevo generacional
La escasez de sacerdotes en las diócesis españolas es preocupante. El número de curas a nivel nacional desciende a una media de 200 por año. En la diócesis de Santiago, desde 1970, la disminución roza el 36%, entre fallecimientos y renuncias. En los últimos doce años, la caída ha sido del 14,6%. 
Los motivos son el fallecimiento, superior al número de ordenaciones, y por los abandonos de ministerio —la gran mayoría se produjeron durante los años 70— y el escaso número de ordenaciones.
Con este panorama, son muchas las iglesias que quedan sin atender. En total, hay 1.071 parroquias que dependan del Arzobispado de Santiago mientras que sólo hay —según las cifras de la propia institución referidas a 2006— 616 sacerdotes. Es decir, tocan a 1,7 parroquias para cada uno. 
Sin embargo, la realidad es muy diferente. Los curas urbanos tienen una única iglesia que atender mientras que los que residen en el rural tienen que oficiar, como mínimo, en dos templos cada domingo.
En el rural, la mayoría de las parroquias son pequeñas: más de la mitad están formadas por poblaciones de entre 100 y 500 habitantes. Otro de los problemas es la dispersión que hace que muchas tengan varios núcleos de población: la mayoría tienen entre 6 y 10 lugares o entre 11 y 15. 
En los últimos años, ha aumentado la superficie que corresponde a cada eclesiástico. Mientras que en 1965 a cada cura le correspondían unos 1.100 habitantes y 8,26 kilómetros cuadrados, hoy en día las personas a las que atiende son 2.100 y el área, 13,87 kilómetros cuadrados. 
Las edades de los sacerdotes tampoco ayudan demasiado a atender todas las parroquias. En 2007, sólo había 7 curas con menos de 30 años y 51 entre esta edad y los 40. El grupo mayoritario (171 de los 616) está en la franja de entre 71 y 75, aunque también hay un colectivo importante, 102 personas, entre los 76 y los 80 años. 
Los datos del Arzobispado de Santiago reflejan también que hay 55 sacerdotes octogenarios e, incluso, siete que han cumplido los 90. 
La cantera tampoco da para mucho. En 2006 fallecieron 11 eclesiásticos, una cifra similar a la de 2005 (10), pero el relevo no llega. El curso pasado, sólo había en el seminario mayor 29 aspirantes. Sin embargo, aun en el caso de terminar los estudios, no todos terminan ordenándose como sacerdotes. Muchos se quedan en diáconos o residen en las parroquias realizando una etapa de práctica pastoral.
(LA OPINIÓN DE A CORUÑA 20-VII-08)



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