martes, 15 de julio de 2008

HOMILÍA DE LA MISA DE APERTURA DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD EN SIDNEY, AUSTRALIA


 (D. Julián en Sidney)

HOMILÍA PARA LA MISA DE APERTURA DE LA JMJ08
EN BARANGAROO – MARTES 15 DE JULIO
Ezequiel 37, 1-14; Salmo 23. Gálatas 5, 16-17 y 22-25; Lucas 8, 4-15

   Todos sabemos que Cristo nuestro Señor es a
menudo descrito como el Buen Pastor del salmo
responsorial de hoy. Nos han dicho que él nos guía a
aguas tranquilas, reaviva nuestros espíritus decaídos y
nos permite descansar en paz.
Profundizando en esta imagen, Jesús una vez
explicó que el buen pastor estaba preparado para dejar
sus 99 ovejas e ir a buscar la que se le había perdido.
Hoy en día, pocos países tienen pastores que
cuidan de sólo 20 ó 30 ovejas, y en Australia con
grandes granjas y rebaños, el consejo de Nuestro Señor
no es muy práctico.
Si la oveja perdida fuera valiosa y saludable,
entonces puede tener sentido dedicar un tiempo para
buscarla. De otra manera, usualmente sería
abandonada o su ausencia no sería notada.
Jesús decía que tanto Él como Su Padre no son así,
porque Él conoce cada una de sus ovejas y como un
buen padre va en búsqueda de la oveja perdida que
ama, en particular si está enferma, en problemas o si no
puede valerse por sí misma.
Al inicio de esta Misa les di la bienvenida a todos
ustedes a esta semana de la Jornada Mundial de la
Juventud y nuevamente se las ofrezco ahora. Sin
embargo, no quisiera empezar con las 99 ovejas
saludables, aquellos de ustedes que se encuentren ya
abiertos al Espíritu Santo y que quizás ya han sido
testigos firmes de su fe y amor. Comenzaré dándoles la
bienvenida y animando a todos los que se consideren
perdidos, en angustia profunda, con pocas esperanzas o
incluso exhaustos.
Sean jóvenes o ancianos, mujeres u hombres,
Cristo sigue llamando a aquéllos que sufren a que se
acerquen a Él para sanarlos, así como lo ha venido
haciendo durante 2.000 años. Las causas de las heridas
son secundarias, ya sea por drogas, alcohol, crisis
familiar, la lujuria de la carne, soledad o muerte. Y
quizás hasta el vacío del éxito.
El llamado de Cristo es para todos los que sufren,
no sólo para católicos o personas de otras religiones,
sino especialmente para aquéllos sin religión. Cristo les
está llamando para regresar a casa, para vivir el amor,
la reconciliación y la comunión.
Nuestra primera lectura hoy fue del libro de
Ezequiel, que junto con Isaías y Jeremías, fue uno de
los tres grandes profetas judíos. Muchas partes de
Australia todavía sufren sequía y es por eso que todos
los australianos comprenden lo que es un valle de
huesos secos y esqueletos sin carne. Esta visión
desalentadora es ofrecida en primer lugar a todos
ustedes e incluso a aquellas personas tentadas de decir:
“no tenemos más esperanzas, nos sentimos como
muertos”.
Esto nunca es verdad mientras todavía podamos
elegir. Mientras haya vida, siempre estará la opción de
esperanza y con la esperanza en Cristo llega la fe y el
amor. Hasta el final estamos siempre en posición de
elegir y actuar.
Esta visión del valle de los huesos secos, la más
espectacular en toda la Biblia, fue dada cuando la mano
de Dios vino sobre Ezequiel mientras los judíos estaban
cautivos en Babilonia, probablemente antes y no
después, en el siglo VI antes de Cristo. Durante 150
años el destino político del pueblo judío estuvo en
decadencia, primero en manos de los asirios, y luego en
el año 587 antes de Cristo llegó la derrota catastrófica
final y su viaje al exilio.
El pueblo judío había perdido las esperanzas y se
sentía impotente para cambiar su situación.
Ésta es la historia de la versión dramática de
Ezequiel donde los muertos estaban ciertamente
muertos y los esqueletos se habían tornados
blanquecinos debido a que las aves de rapiña les habían
despojado de sus carnes. Fue el inmenso campo de
batalla de los cuerpos no enterrados.
Un Ezequiel dubitativo y reacio fue incitado por
Dios a profetizar sobre aquellos huesos, y mientras lo
hacía, los huesos se precipitaron todos juntos de forma
ruidosa creando un terremoto. Los tendones se unieron
a los huesos, y carne y piel vistieron los cadáveres.
Luego en otro episodio, el aliento o el Espíritu, vino
de los cuatro rincones de la tierra mientras los cuerpos
“volvían a la vida nuevamente y se paraban sobre sus
pies formando un ejército grande e inmenso”.
Mientras nosotros vemos esta visión como una
prefiguración de la resurrección de los muertos, los
judíos de los tiempos de Ezequiel no creían en tal
concepto después de la vida. Para ellos, el inmenso
ejército resucitado representaba a todo el pueblo judío,
a aquéllos del reino del norte llevados a Asiria, a
aquéllos en casa y a aquéllos en Babilonia. Los judíos
iban a ser reconstituidos como un pueblo en su propia
tierra y sabrían que el único verdadero Dios había
hecho esto. Y todo esto vino a suceder.
Por los siglos nosotros los cristianos hemos usado
este pasaje litúrgico en Pascua, especialmente para el
Bautismo de catecúmenos en la noche del Sábado Santo
y es, por supuesto, una imagen poderosa de la
verdadera fuerza regenerativa de Dios para esta vida y
la eternidad.
La sabiduría secular proclama que el leopardo no
cambia sus manchas, pero nosotros los cristianos
creemos en el poder del Espíritu para convertir y
cambiar a las personas del mal al bien; del miedo e
incertidumbre a la fe y la esperanza.
Los creyentes nos vemos alentados por la visión de
Ezequiel, porque conocemos el poder del perdón de
Dios, la capacidad de Cristo y la tradición católica que
provoca el nacimiento de nueva vida incluso en
circunstancias poco probables.
Ese mismo poder vislumbrado en la visión de
Ezequiel se nos ofrece hoy, a todos nosotros sin
excepción. Ustedes jóvenes peregrinos pueden ver el
futuro que se extiende ante ustedes tan rico en
promesas. La parábola evangélica del sembrador les
recuerda la gran oportunidad que tienen para abrazar
su vocación y producir una abundante cosecha y
abundantes frutos.
Mateo, Marcos y Lucas ubican a esta historia del
sembrador al inicio del conjunto de parábolas de Jesús.
La historia explica algunas verdades fundamentales
sobre los retos del discipulado cristiano y se enumeran
las alternativas para una vida cristiana fructífera. La
fidelidad no es automática o inevitable.
Un detalle hace que la parábola sea más
convincente, porque parece que los judíos en el tiempo
de Nuestro Señor tiraban las semillas sobre el terreno
antes de que el mismo fuera arado, eso explica un poco
mejor el hecho de que las semillas también caen en
lugares pocos probables y no sólo en los surcos.
¿Estamos entre aquéllos cuya fe ha sido
arrebatada por el diablo, como cuando Nuestro Señor
explica la imagen de las aves del cielo engulléndose las
semillas? Nadie en esta Misa estaría en esa categoría.
Algunos podrían ser como la semilla en terreno rocoso
que no puede echar raíces. Aquellas personas en esta
segunda categoría es probable que deban esforzarse
para volver a empezar en la vida espiritual, o al menos
examinar la posibilidad de hacerlo. Pero la mayoría de
nosotros estamos en la tercera y cuarta categorías,
donde la semilla ha caído en tierra fértil y está
creciendo y floreciendo, o estamos en peligro de ser
asfixiados por las preocupaciones de la vida. Todos
nosotros, incluidos los que ya no son jóvenes, tenemos
que rezar sabiduría y perseverancia.
No tengo dudas en creer que Nuestro Señor explicó
en detalle el significado de esta parábola a sus
seguidores más cercanos y que ellos le hubieran
solicitado hacerlo repetidamente. Pero las preguntas de
los discípulos provocaron una respuesta desconcertante
cuando Nuestro Señor dividió a sus oyentes en dos
grupos: aquéllos a quienes los misterios del Reino les
fueron revelados y el resto para quiénes las parábolas
siguen siendo sólo parábolas. Este segundo grupo se
describe en las palabras del profeta Isaías como los que
“quizás pueden ver pero no percibir, escuchar pero no
entender”. Probablemente el trasfondo de esto es el
asombro de los discípulos de Nuestro Señor ante el gran
número que no acepta su enseñanza.
¿Por qué esto todavía es así? ¿Qué debemos hacer
para estar entre los destinatarios de las revelaciones de
los misterios del Reino?
El llamado del único Dios verdadero sigue siendo
un misterio, sobre todo hoy, cuando a muchas personas
les resulta difícil creer. Incluso en el tiempo de los
profetas, muchos de sus oyentes permanecían
espiritualmente sordos y ciegos, mientras que otros a
través del tiempo alcanzaban a admirar la belleza de la
enseñanza de Jesús, pero nunca fueron inspirados a
responder a su llamado.
Nuestra tarea es estar abiertos al poder del Espíritu
para permitir que el Dios de las sorpresas pueda actuar
a través de nosotros. La motivación humana es
compleja y misteriosa, ya que a veces católicos y otros
cristianos de fuerte devoción pueden rezar y ser buenos,
pero también pueden estar decididos a no tomar
siquiera un paso hacia adelante. Por otro lado, algunos
seguidores de Cristo pueden ser mucho menos
entusiastas y fieles, pero abiertos al desarrollo y a
cambiar para mejor porque se dan cuenta de su
indignidad y su ignorancia. ¿Dónde están ustedes?
Sea cual fuera nuestra situación debemos rezar
por una apertura de corazón, por la voluntad de dar el
siguiente paso, incluso tenemos miedo de aventurarnos
demasiado. Si tomamos la mano de Dios, Él hará el
resto. La confianza es la clave. Dios no nos fallará.
¿Cómo podemos trabajar para evitar deslizarnos desde
la última y mejor categoría de los que dan mucho fruto
a aquéllos que “son asfixiados por las preocupaciones,
las riquezas y los placeres de la vida" y que no producen
frutos en lo absoluto?
La segunda lectura de la carta de Pablo a los
Gálatas nos señala la dirección correcta, nos recuerda
que cada persona debe tomar postura en la vieja lucha
entre el bien y el mal, entre lo que Pablo llama la carne
y el Espíritu. No es suficiente ser solamente un
observador o tratar de vivir en "tierra de nadie” entre
las partes beligerantes. La vida nos obliga a elegir y a
la larga destruye cualquier posibilidad de neutralidad.
Vamos a dar buenos frutos si aprendemos el
idioma de la Cruz y dejamos que ella selle nuestros
corazones. El lenguaje de la Cruz nos da los frutos del
Espíritu que Pablo enumera, nos permite experimentar
la paz y la alegría, ser amables con regularidad y
generosos con los demás. El seguimiento de Cristo no
está libre de costos, no siempre es fácil porque requiere
luchar contra lo que San Pablo llama "la carne", nuestro
ego implacable y el viejo egoísmo. Siempre es una
batalla, ¡incluso para las personas mayores como yo!
No pasen su vida sentados al borde del camino
manteniendo sus opciones abiertas., Sólo el compromiso
plenifica. La felicidad viene de cumplir nuestras
obligaciones, haciendo nuestro deber, sobre todo en los
pequeños asuntos y de manera regular; de esta forma
nos elevamos para hacer frente a desafíos más difíciles.
Muchos han descubierto su vocación durante las
Jornadas Mundiales de la Juventud.
Ser un discípulo de Jesús exige disciplina, en particular
la autodisciplina, lo que Pablo llama autocontrol. La
práctica del autocontrol no hará que ustedes sean
perfectos (no lo ha hecho conmigo), pero el autocontrol
es necesario para desarrollar y proteger el amor en
nuestros corazones y evitar que otros, especialmente
nuestra familia y amigos, sean heridos por nuestras
fallas o pereza.
Pido para que a través del poder del Espíritu todos
ustedes se unan a ese inmenso ejército de santos,
sanados y reconciliados, como le fue revelado a
Ezequiel. Un ejército que ha enriquecido la historia de
la humanidad por innumerables generaciones y que
recibe la recompensa en el cielo luego de esta vida.
Permítanme concluir con la adaptación de uno de los
más poderosos sermones de San Agustín, el mejor
teólogo del primer milenio y obispo en la pequeña
ciudad de Hipona al norte de África alrededor de 1600
años atrás.
En los próximos cinco días de oración y celebración
espero que vuestros espíritus se eleven, como el mío
siempre lo hace, en el entusiasmo de esta Jornada
Mundial de la Juventud. Pidamos a Dios estar alegres
de poder participar en este evento, a pesar de los costos,
las molestias y las distancias recorridas. Durante esta
semana tenemos todo el derecho de regocijarnos y
celebrar la liberación de nuestras faltas y la renovación
de nuestra fe. Estamos llamados a abrir nuestros
corazones al poder del Espíritu. Y a los jóvenes les doy
tan sólo un gentil recordatorio de que en su entusiasmo
y emoción ¡no se olviden de escuchar y rezar!
Muchos de ustedes han recorrido un largo camino
y quizás crean que han llegado, de hecho, ¡a los confines
de la tierra! Si es así, eso es bueno, ya que Nuestro
Señor les dijo a sus primeros apóstoles que serían sus
testigos en Jerusalén hasta los confines de la tierra.
Esta profecía se ha cumplido en el testimonio de
muchos misioneros de este vasto continente, y se
cumple una vez más por nuestra presencia aquí.
Estos días pasarán muy rápido y la semana
próxima volveremos a nuestras tierras. Por algún
tiempo algunos de ustedes encontrarán que el mundo
real de casa y parroquia, trabajo o estudio, es algo poco
excitante y hasta decepcionante.
Pronto, demasiado pronto, todos ustedes se irán de
aquí. Por muy corto tiempo nos encontramos aquí en
Sidney en el centro del mundo católico, pero la semana
que viene el Santo Padre regresará a Roma y nosotros
como habitantes de Sidney volveremos a nuestras
parroquias, mientras que ustedes, ahora peregrinos de
visita, volverán a sus casas en lugares cercanos o
lejanos.
En otras palabras durante la semana próxima nos
despediremos. Pero cuando partamos felices después de
haber disfrutado de estos días, no dejemos que nos
apartemos nunca de nuestro querido Dios y de su Hijo
Jesucristo. Y que María, Madre de Dios, a quién
invocamos en esta Jornada Mundial de la Juventud
como Nuestra Señora de la Cruz del Sur, nos fortalezca
en esta resolución.
Y por eso rezo. Ven, ven O Aliento de Dios, desde
los cuatro vientos, de todas las naciones y los pueblos de
la tierra y bendice nuestra Gran Tierra Austral del
Espíritu Santo.
Danos fuerza también para ser otro gran e
inmenso ejército de servidores humildes y fieles
testigos.
Ofrecemos esta oración a Dios nuestro Padre en el
nombre de Cristo su Hijo. Amén. Amén.

George Cardinal Pell
Arzobispo de Sidney


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